martes, diciembre 07, 2010

En busca de lo singular. Comentario de Ernesto Sinatra


EVOCACIONES

La sospecha de los legos acerca del empleo sugestivo del lenguaje en el psicoanálisis inquietó a Jacques Lacan, es decir que lo obligó a argumentar con sus teorizaciones para responder en qué el lenguaje va más allá del poder “curativo” de la sugestión transferencial, y empujó a sus seguidores a argumentar, a dar cuenta con el saber expuesto de lo producido en la sesión analítica.
En un agregado al apartado final de “La instancia de la letra”[1] Lacan retoma el valor de la teoría de Perelman, quien considera a la metáfora como una función retórica. Más adelante en su enseñanza Lacan habrá de emplear la metáfora y darle un valor princeps en la estructuración de la subjetividad. Al año siguiente de este agregado, lo nombra por segunda y última vez en sus Escritos en “La metáfora del sujeto”[2] (1961):
“Los procedimientos de la argumentación interesan al señor Perelman por el desprecio en que los tiene la tradición de la ciencia”
En este segundo momento Lacan rescata a Perelman para reinsertar a la argumentación dentro del campo del psicoanálisis, por ello critica a los científicos por su trato despectivo hacia la argumentación según el funcionamiento de la tradición escolástica –específicamente la griega ya que en ella la argumentación no ocupa lugar en la productividad discursiva científica: la doxa no entra en la episteme. Lo que inaugura Perelman es una nueva escuela, que se denomina de ‘filosofía abierta’, ‘anti-absolutista’ o también ‘pragmática’ que cuenta con desarrollos actuales muy potentes.
¿Por qué se argumenta? En principio porque faltan procedimientos automáticos de resolución (fórmulas, algoritmos). Es decir que no se puede pensar la argumentación sin el vacío, eso que nunca podrá ser subsumido en ella y que, por eso mismo, constituye la causa de la efectuación argumentativa: el vacío referencial del lenguaje que escribe el significante del Otro tachado .Tal falla del saber indica un llamado a la creación (pero no menos para algunos otros: la inhibición en la escritura).
En segundo lugar argumentar implica tomar una decisión respecto de lo argumentado. La argumentación discursiva se diferencia así de la demostración matemática.
Es en esta vía que cava Lacan el surco con la pragmática de Perelman: se trataba de problematizar la argumentación desde el campo lógico para emplearla desde el psicoanálisis y que se hable en psicoanálisis de lógica de la argumentación indica que deben existir procedimientos de deducción que validen la experiencia analítica.
Esto nos atañe muy directamente ya que si no, ¿cuál es el valor que damos, ya no sólo al dispositivo del pase y a los testimonios sino a las presentaciones clínicas? Por ello Jacques-Alain Miller dedicó un año de su Curso -Donc- para demostrar que la deducción es posible en psicoanálisis a partir de la argumentación. Argumentación, entonces no sin demostración.
Pero una lógica de la argumentación requiere una teoría del sujeto, lo que conlleva una teoría de la decisión y, al mismo tiempo, la introducción de una teoría de la interrogación.
Siguiendo a Michel Meyers he propuesto una lógica de la interrogación a partir de una secuencia: problema–pregunta–respuesta. La tesis es la siguiente: cuando se forja un concepto -en cualquier campo del saber- se escribe una respuesta a un problema planteado por el autor formulado con el instrumento de la interrogación.
Utilizar esta lógica de la interrogación para las argumentaciones nos permitirá ubicar -por ejemplo- por qué está un concepto en determinada página de tal escrito, a qué problema responde; es decir, lo contrario de la repetición automática -y aburrida- de los conceptos. Este intento ‘activista’ de transmitir los conceptos de este modo está en la orientación de proporcionar una llave no sólo para la lectura, sino también para la escucha analítica. El libro de Gerardo Arenas hace uso de este instrumento a partir de un movimiento de dos pinzas: la primera del lector, la segunda: la del autor:
El trabajo de Jacques Lacan con su Escuela nos impulsa a dar cuenta de lo que hacemos en (pero no menos, con, en nombre de) el psicoanálisis para acortar lo máximo posible la distancia entre lo que se dice que se hace y lo que efectivamente se hace. Esto no está garantizado por ningún procedimiento automático de resolución ni tampoco en sí mismo por ninguna Escuela. Al respecto advirtió Jean Claude Milner que podría existir una forma-social-Escuela que perdurara a través del tiempo pero vaciada de los principios que dieron lugar a la Escuela-programa de investigación.
El libro de Arenas se inscribe decididamente en la Escuela-programa de investigación con su decisión de forjar un concepto a partir de reconocer (y hacer reconocer) su pertinencia a lo largo de la enseñanza de Jacques Lacan: lo singular. Veremos el modo por el que lo realiza a partir de las coordenadas que acabamos de localizar.
Como lector -a la letra- del doctor Lacan, Gerardo Arenas rastrea los conceptos que circunscriben la noción de singular en su enseñanza interpretándolos como respuestas sucesivas a una pregunta (¿Cuál es la vía de acceso a lo singular?) que circunscribe un problema: cómo se nombra lo que queda realmente al final de un análisis.
De este modo lee Arenas en Lacan –ahora como autor- el problema del síntoma (deconstruido en la enseñanza de Lacan desde su función significante hasta su estatuto de ex-istente al inconsciente) a partir de la pregunta sobre la eficacia de la experiencia analítica.
¿Cuál es la vía de acceso a lo singular? El libro de Gerardo Arenas se atreve a inicializar con su sello distintivo este trayecto. Por lo que hay a mi entender, al menos dos planos en su exposición.
En primer lugar el recorrido epistémico-clínico con el que anuda de un modo preciso, exhaustivo y elegante los conceptos que le ofician de brújula. Y siguiendo en detalle las referencias de Jacques Lacan apunta a su objetivo: construir lo singular como un concepto fundamental en el psicoanálisis de la orientación lacaniana.
Y en segundo lugar, lo que es aún más sorprendente es el anudamiento político en el que consiste ‘En busca de lo singular’ -y que constituye, a mi modo de ver- lo más original y logrado de su transmisión: la manera que encuentra Gerardo Arenas para inscribir su nombre en nuestra orientación lacaniana; lo logra a partir de realizar lo que sus enunciados demuestran en su texto -el primer plano de análisis al que me referí anteriormente-: que existe una vía de acceso a lo singular y que ella (si bien no puede tal vez ni medio-decirse) bien puede escribirse de un modo sintomático a partir de un análisis concluido. 
Mi hipótesis es que este libro, además, recrea un problema crucial de la política del síntoma en el psicoanálisis[3]: cómo se las arregla cada uno de sus practicantes para contar -y ser contado- realmente de un modo singular en la comunidad analítica -en el lazo social que el discurso analítico ha inventado. Se trata así de una consecuencia mayor de la tensión del universal con lo singular que decido interrogar –como su lector, a mi vez- en estos términos: ¿cómo hace uno para dejar de esperar el reconocimiento del Otro, renunciar a reproducir ‘cito-cráticamente’ los dichos del Otro y encontrar lo singular de una respuesta que permita dejar de obedecer de un modo acrítico al anonadamiento que suele producir en Uno la (finalmente) aburrida repetición del saber petrificado, holofraseado, en el que -ese mismo Uno- ha transformado la enseñanza del Otro?
Arenas responde a partir de una escritura calibrada por la orientación de un análisis llevado hasta su fin. Ésa es, a mi entender, la brújula que corona su estilo singular. Los lectores, sus lectores a partir de ahora, estamos agradecidos a su transmisión.



[1] LACAN, J. : Escritos I – pg. 509
[2] LACAN, J. : Escritos 2– pg. 867
[3] Cito aquí el título de un libro señero para mí de Germán L. García: ‘La política del síntoma’

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