martes, enero 08, 2008

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jueves, enero 03, 2008

Nota sobre una izquierda lacaniana

Jorge Alemán

I.
Por el carácter extremadamente conjetural de la nota aquí propuesta, por su clara dimensión especulativa, se impone una exposición en primera persona. El carácter provisional de esta nota queda patente en la propia expresión “izquierda lacaniana”, expresión que, evidentemente, reúne términos que no han surgido en principio para estar juntos y que por tanto abren siempre una cuestión sobre la legitimidad de su vinculación. Salvando las distancias, como cuando en Europa decimos “izquierda peronista” y de inmediato se multiplican las suspicacias sobre el carácter fundado de la expresión. El comentario aquí presentado intentará entonces darle alguna verosimilitud a su título.

II.
En primer lugar se impone una pregunta: ¿qué significa ser de izquierda en el siglo xxi? Qué valor tiene la expresión y qué tipo de compromiso designa cuando el relato histórico que dio lugar a la misma se ha desvanecido tanto en su praxis teórico-política como en su eficacia simbólica para dar un principio de legibilidad sobre lo que es la realidad. Sin embargo, creo que se puede entender por izquierda la posición que asume los siguientes puntos. A) Ninguna realidad, por consistente y hegemónica que se presente, como por ejemplo el capitalismo actual, debe ser considerada como definitiva. Sabiendo que, actualmente, para no considerar definitivo al capitalismo es necesario hacer un gran esfuerzo, ahora que, en su amalgama con la Técnica, ha logrado poner a todo el “ser de lo ente” a disposición para emplazarlo como mercancía. Por inconcebible que sea postular el corte o la ruptura en el “rizoma” capitalista, por indeterminada que sea la expresión “lucha anticapitalista”; pues es difícil establecer con respecto a la misma cuál es su verdadero lugar, por irrepresentable en suma que sea su salida histórica y aunque una y otra vez incluso se pueda establecer entre el Capitalismo y la existencia humana una relación ontológica, ser de izquierda implica insistir en el carácter contingente de la realidad histórica del Capitalismo. Aún cuando su salida o pasaje a otra realidad haya quedado diferida, aún cuando ese tránsito nunca esté garantizado y pueda no cumplirse, aún cuando esa otra realidad distinta de la del Capitalismo ya no pueda ser nombrada como Socialismo. En cualquier caso, ser de izquierda es no dar por eterno el principio de dominación capitalista. B) A su vez, ser de izquierda es pensar que la explotación de la fuerza de trabajo y la ausencia de justicia no sólo sigue siendo un insulto de primer orden hacia la propia construcción de la subjetividad, sino que la brecha ontológica en la que el sujeto se constituye, la división incurable que marca a su existencia con una singularidad irreductible, sólo puede ser captada en su “diferencia absoluta” por fuera y más allá de las jerarquías y divisiones instauradas por el poder de mercado. Por ello, el impensable fin del Capitalismo, si tuviera lugar, sería paradójicamente el comienzo del viaje, el inicio de la afirmación tragicómica de la existencia, el “tú eres eso” de un sujeto por fin cuestionado, sin las coartadas burguesas que desde hace tiempo lo llevan inexorablemente a estar disponible para todo.

III.
La izquierda marxista puede elaborar su Final en el único ámbito en el que ese Final puede adquirir un valor distinto al de cierre o cancelación, un Final que no es tiempo cumplido sino oportunidad eventual para otro comienzo. Ese ámbito tal vez pueda ser el pensamiento de Jacques Lacan, única teoría materialista sobre el Malestar de la Civilización propio del siglo XXI. El hecho de que Lacan planteara la elaboración de su discurso como una “praxis sobre lo real-imposible”, sobre un real al que no puede acceder el discurso pero que a la vez es a través del discurso (comprendiendo en esto la escritura) que se puede acceder, esta cuestión primordial de lo Real es lo que distingue su intento teórico del de la Hermenéutica, la Deconstrucción y las “otras Éticas”. Considero que Lacan constituye el único intento serio de poner a prueba hasta dónde lo simbólico puede y no puede transformar a través de una praxis lo Real. Dicho de otra manera, lo simbólico es la condición de posibilidad e imposibilidad al mismo tiempo para transformar lo Real. Por ello, tal vez no haya otro discurso como el lacaniano para reconocer con la mayor honestidad lo que enseña una praxis en su impotencia por modificar lo Real. Y por esto mismo, el pensamiento de Lacan puede ser la oportunidad para iluminar con un cierto coraje intelectual lo que aún permanece impensado en el Final: la derrota a escala mundial, a partir de los setenta, del proyecto revolucionario de izquierdas. Derrota que el Saber postmoderno escamoteó para el pensamiento. En este aspecto, Lacan desde el comienzo ha preparado a través de lecturas y puntuaciones diversas, las condiciones para que el pensamiento marxista pueda elaborar su propio final, en el único lugar donde la elaboración es posible, en el trabajo de Duelo que se hace fuera del Hogar.
        Lacan comenzó “deshegelianizando” el materialismo de Marx, planteando un hiato irreductible entre la Verdad y el Saber. Pero este hiato constituirá la ocasión de un homenaje definitivo a Marx; para Lacan el inventor del Síntoma como Verdad imprevisible e incalculable que no puede ser domesticada por el ejercicio de un Saber es Marx y no Freud. Desde esta primera perspectiva general se puede encontrar en Lacan, a partir de 1938, un desmontaje meticuloso de todos los motivos marxistas: el análisis de la mercancía incorporando la temática del goce pulsional, las distintas objeciones a la teleología histórica y a la metafísica de su sujeto, la presentación de una temporalidad problematizada con las distintas modalidades del retorno y liberada de todo fantasma utópico, etc.

IV.
Esas marcas de la elaboración lacaniana del Final marxista las podemos reconocer en las distintas operaciones que, de diferentes modos y en diversas secuencias, se realizan en el llamado pensamiento “postmarxista contemporáneo”. Evoquemos al menos las cuestiones que aquí consideramos más determinantes. A) Como ya hemos afirmado anteriormente, una de las primeras posiciones de Lacan es no admitir el “telos” histórico del materialismo marxista, ni los movimientos dialécticos del en-sí/para-sí, pero sí dar todo su valor de verdad a la “plusvalía” estableciendo una compleja homología con lo designado por Lacan como “plus de gozar”. Homología que permitirá establecer que el verdadero secreto del capitalismo reside en una economía política del Goce. La operación fantasmática a través de la cual el sujeto conquista su realidad y su consistencia toma su punto de partida en ese “plus de gozar” que funciona incluso en condiciones de miseria extrema. De lo que se despoja a las multitudes es de los recursos simbólicos que permitan establecer e inventar en cada uno el recorrido simbólico propicio para el circuito pulsional del “plus de gozar”. La miseria es, en este sentido, el estar a solas con el goce de la pulsión de muerte en el eclipse absoluto de lo simbólico. La no “satisfacción de las necesidades materiales” no sólo no apaga el circuito pulsional sino que lo acentúa de modo mortífero. En este aspecto el Capitalismo, al igual que la pulsión, es un movimiento circular que se autopropulsa alrededor de un vacío que lo obliga siempre a recomenzar, sin que ninguna satisfacción lo colme de un modo definitivo. Aunque siempre realice un “plus de goce” parcial y excedente a toda utilidad. Para una izquierda lacaniana, pensar las consecuencias de esa “parte maldita” en los procesos de subjetivación es una exigencia política de nuevo cuño. Por ello, si es cierto que actualmente el poder ha devenido “biopolítico”, tomando para sí como asunto esencial la “vida” biológica, en una perspectiva lacaniana agregaríamos que tratándose de la vida de los cuerpos parlantes, sexuados y mortales, es la vida del “plus de gozar”. El cuerpo del parlante no es otra cosa que la sede del plus del goce. Series televisivas de médicos, forenses, operaciones televisadas, programas de salud, en todos los casos se intenta capturar, en la época en que la ciencia quiere borrar la frontera entre el ser parlante y el animal, el plus de gozar que anima a la biología del cuerpo. ¿Podrá la Técnica transformar el plus de goce en una unidad discernible, cuantificable, localizable? No es una paradoja menor que el goce pulsional sea la única “autonomía” (no conciente ni reflexiva) que le queda a la existencia parlante frente a la exigencia técnica de que el mundo devenga imagen. B) Para Lacan lo Real no es la “realidad construida simbólicamente”. Más bien lo real es lo que impide otorgarle a la realidad una estructura universal que pueda totalizarse reflexivamente y concebirse a sí misma a través de un cierre categorial. Cualquier construcción discursiva, por Universal que se presente en sus pretensiones formales, siempre estará lo suficientemente “agujereada” para que lo real irrumpa como un exceso traumático, una pesadilla que retorna, una angustia sin sentido, una presencia invasora que pone en juego al universo simbólico en sus amarras hasta el punto de su zozobra, así como también abre la posibilidad de su renovación radical a través de la invención de una escritura. A partir de este modo de concebir lo real, lo Universal debe ser reformulado. No se trata para Lacan de postular un real inalcanzable y por tanto establecer que los discursos son todos equivalentes en su relativismo. Por el contrario, es necesario asumir que el Lenguaje siempre “paratodea” y va hacia lo Universal. A su vez, este Universal radicalmente descompletado y tachado, pues lo real impide la equivalencia Uno-Todo, debe ser mantenido como exigencia lógica frente al relativismo multicultural de las identidades. Desde la perspectiva de lo real, el Universal debe siempre presentarse en situación, mostrando el tiempo y lugar histórico que lo sostiene y ampara. ¿Necesita la izquierda de este semblante de universalidad, aún donde tenga que asumir proyectos políticos enteramente ligados a la historia de su nación? Sí, en la medida en que una experiencia con lo real nunca puede reducirse exclusivamente a una idiosincrasia o una tradición. Experiencia con lo real implica transmisión de lo imposible que estuvo en juego y del intento por franquear el impasse. Por ello, así como a una obra de arte siempre se la concibe como potencialmente al alcance de todos, la experiencia política debe aspirar a ese rango universal de transmisión, de transmisión hacia un “todos” a la vez imposible. Más allá del respeto que exista por el legado histórico y por la herencia política que en cada caso nos concierne, es necesario siempre sostener un “suplemento” de universalidad que impida una identidad cerrada sobre nosotros, un significante vacío, que vuelva imposible la apropiación de lo natal bajo cualquiera de las utopías fantasmáticas de reconciliación. En este caso, ser de izquierda es que la voluntad política, la invención política cifrada en esa voluntad, sólo es posible cuando se admite que no hay universal que apague la contingencia de lo real. Pero que sólo surgirá en las fallas de lo universal una nueva subjetividad política sin estar de antemano secuestrada por una identidad reconocida y ya sabida. Lo que advenga en Argentina, adviene para nosotros en el Otro universal, en la tensión que en toda experiencia histórica auténtica se guarda con lo incomunicable, pero es esa tensión la que no puede ser rechazada. De hecho, lo que ha provocado esta nota que aquí presento no es sólo, como se puede suponer, la velada significación que aún tiene la importante presencia del pensamiento lacaniano en la Argentina, sino lo que un célebre postmarxista me dijo en cierta ocasión, en voz baja, al modo de un chiste cómplice, casi por descuido, mientras entrábamos a una sala repleta y ansiosa por escucharlo: “Lacan, Perón, un solo corazón…” Esta nota probablemente sea una suerte de homenaje a la resonancia enigmática de ese chiste en mi memoria. C) No obstante, los pensadores que implícita o explícitamente elaboran el final marxista a partir de Lacan, pensadores de la Verdad, del Acontecimiento, del Estado de Excepción, la Contingencia, la Justicia, la Parte excluida que hace la vez del Universal, etc., tienen en general (hay una excepción) un gusto especial por oponer la política de la Representación (léase de Estado) a sus propias teorías. Para estos autores sólo hay política cuando no hay representación, pues la política “sólo debe autorizarse de sí misma”. Tal vez la supuesta fortaleza institucional europea y su Universidad haga posible que la mayoría de estos pensadores postmarxistas de impronta lacaniana reserven la energía política para un tiempo por venir del que no se dispone representación alguna. Desde la vertiente axiomática o performativa de estos pensadores, el espacio socialdemócrata es exactamente el mismo que el de la derecha conservadora, y todo su entusiasmo está en aquello que aún no tiene forma. El prestigio epistemológico del corte y la ruptura tal vez aún esté muy presente en sus respectivas consideraciones. Es cierto que vivimos en la consumación técnica de la metafísica, y esta se presenta con la misma fuerza organizadora tanto para la izquierda de tradición socialdemócrata como para la derecha conservadora. En este punto los pensadores postmarxistas tienen muchas indicaciones ontológicas que efectuar, especialmente si aún se quiere construir una teoría materialista de la praxis que no excluya al sujeto. Pero se equivocan en su desprecio por la construcción política. En Latinoamérica, una transformación parcial aunque no sea corte o ruptura desde la perspectiva de la Totalidad, es a veces la desviación que nos devuelve al camino de la política, entendiendo por política la simultánea experiencia de la posibilidad e imposibilidad de la emancipación.
        En nuestro caso, si hubiera algo así como una izquierda lacaniana, se trataría de una escritura del nudo “borromeo” propuesto por Lacan, ese que reúne tres elementos de tal modo que si se quita uno se separan los tres a la vez. Para el caso se trataría de un nudo entre el Estado, los movimientos sociales y la Construcción Política. Es precisamente necesario un nudo porque los tres elementos citados en la reunión aún permanecen sin resolución histórica. Sólo en el nudo y en la mutua reciprocidad del anudamiento (que no es lo mismo que síntesis o unificación) se recrearán los tres ámbitos. En el caso argentino, ese nudo es la condición para una nueva lectura de aquello que procede de nuestro movimiento de liberación nacional, una lectura que esté a la altura de las exigencias que a partir de ahora se establecen para la izquierda; llevar al campo de la República el surgimiento del Deseo, el deseo de lo que “habré sido para lo que estoy llegando a ser”.


Bibliografía

“Metafísica y Capitalismo” en Jacques Lacan y el debate posmoderno, Ediciones del Seminario, Filigrana,
Buenos Aires, 2000.
“Notas sobre lo impolítico en Argentina” en Notas antifilosóficas. Grama ediciones, Buenos Aires, 2003.

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Pensamiento de los confines, n. 20, Julio de 2007

Comentario en la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

E. VASCHETTO (comp.), Depresiones y psicoanálisis. Insuficiencia, cobardía moral, fatiga, aburrimiento, dolor de existir,
Buenos Aires, Grama, 2006, 140 pp.

Esta recopilación de ocho artículos y un diálogo cumple con una doble vocación: la de señalar los caminos posibles de una clínica a la altura del sufrimiento presente, y la de denunciar las insuficiencias, cuando no las intenciones espurias, de las respuestas que la psiquiatría actual ofrece al fenómeno universal de la tristeza. Se trata, pues, de un libro pertinente e impertinente, necesario e incómodo, como lo son todas las quejas en su nacimiento y lo siguen siendo mientras logran mantenerse a salvo de las tentaciones de la propia complacencia. En este sentido, la orientación lacaniana, que es la que anima la parte psicoanalítica del texto, ha permanecido siempre fiel a esa ética del no cejar en sus responsabilidades clínicas y teóricas, y no retroceder ante cuantos escollos interpongan las nuevas formas del malestar en la cultura. Emilio Vaschetto, psiquiatra y psicoanalista argentino, ejerce su labor asistencial en el Hospital Central de San Isidro, en Buenos Aires. Y, como nos ocurre a todos los que enfrentamos una labor similar, se las ve a diario con una clínica en exceso influida por otras variables que el pathos subjetivo.
De ahí que haya elegido el plural para el título de la recopilación –«depresiones»–, y que le haya añadido una coda en forma de
eco. Donde hoy sólo se escucha «depresión», en virtud de un reduccionismo que pretende asimilar la naturaleza del objeto de estudio a la de los materiales técnicos que emplea en su tratamiento, Vaschetto hace resonar algunos términos con que otras tradiciones han nombrado el epifenómeno depresivo, y que la psiquiatría actual haría bien en no olvidar.
Por coral, el libro resulta forzosamente heterogéneo, y sin embargo uno puede hacerse cargo de las intenciones que lo animan
precisamente porque el compilador se ha encargado de mostrarlas al dividirlo en tres partes, y de animar el debate en sendos frentes en el artículo que lo abre. Estas tres versiones en que el texto demuestra su pertinencia e impertinencia son la clínica, la política y la ética, y han de servir también de guía al lector, que encontrará así una unidad entre los artículos y sabrá disculpar algunos errores de edición que en nada empañan, por otro lado, la riqueza de las referencias y propuestas que se dan cita en ellos.
Estamos, pues, ante un libro nacido de una determinada ética, puesto que es, en rigor, desde ella desde donde se defienden una clínica y una política concretas, y de donde nace su espíritu crítico y denunciante: frente a la irresponsabilidad y la mauvais foi, la firme determinación de no desfallecer en la investigación de lo depresivo.
En la clínica, se denuncia la obturación de la subjetividad con las respuestas apresuradas del consejo o del psicofármaco, y se propone la dignificación del síntoma frente al trastorno. En la política, cuestión que hace a las estrategias que emanan de la concentración de determinados saberes y poderes, se defiende de nuevo el síntoma como producto genuino del sujeto ante su masiva objetivación. Se trata, en fin, de una ética de la responsabilidad subjetiva que viene a denunciar esa progresiva desresponsabilización del paciente a la que asistimos a diario en nuestro trabajo cuando lo vemos acogerse al término «depresión» tapando cualquier otra pregunta sobre su deseo. Y que es consciente de que una de las razones primeras de esa dimisión de sus obligaciones para con su libertad se sitúa en que seguramente el discurso médico ha tratado de mitigar las angustias ajenas intentando eliminar primero la propia.
Para enfrentar esta triple tarea, Vaschetto ha reunido intencionadamente a algunos estudiosos de ambos lados del Atlántico, sabedor de cuáles son algunos de los terrenos en que se juega la partida que acabamos de esbozar: la historia, la psicopatología y la misma práctica clínica, psicoanalítica o no.
Todas las aportaciones a este libro tienen en cuenta estos tres campos, aunque se decidan por uno de ellos ya para un estudio más detallado, ya para el simple esbozo de las problemáticas cuya reflexión se muestra más necesaria. Valga como ejemplo la visión histórica del problema de las depresiones que plantean los textos de J. C.
Stagnaro, D. Matusevich, o Jean Garrabé, o el necesario e instructivo recorrido con el que J. M. Álvarez y J. Rodríguez Eiras nos muestran la mutación de la clásica melancolía en la actual depresión. François y Rokaya Sauvagnat se centran en las dificultades psicopatológicas que entraña la psicosis maníaco-depresiva, y G. Stiglitz y E. Berenguer aportan ejemplos claros del atolladero depresivo y las condiciones en que el sujeto puede retomar las riendas de un deseo detenido.
Cierra el volumen, con acierto, una conversación entre Vaschetto y G. García en que se someten a la prueba del diálogo algunas de las cuestiones cuya pertinencia e impertinencia el libro, en su conjunto, pone de manifiesto.
No por vulgarizado y casi ubicuo, el problema de las depresiones ha perdido su prosapia. Una respuesta a la altura de esta versión del malestar pasa por dignificar de nuevo su estatuto de expresión de la subjetividad, atender a su historia, y no ceder a la tentación de resolverlo en trastorno, convirtiéndolo en objeto y tratándolo con los otros tantos objetos con que la sociedad de consumo pretende restañar la herida de la división. Es, sobre todo, esta ética frente al sufrimiento lo que encontrará el lector que eche un vistazo a esta recopilación.
Francisco Ferrández

Publicado en Nº 99. Vol XXVII, fascículo I, Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, Madrid, España, 2007.