martes, agosto 17, 2010

Lacan, la política en cuestión... de Jorge Alemán

Presentación
por Alejandra Glaze


Lacan, la política en cuestión…, recoge algunas conversaciones acerca de la izquierda lacaniana, y justamente, algunas notas y escritos que precedieron a Para una izquierda lacaniana…, après-coup que permite ver cómo ese concepto se fue gestando en Jorge Alemán, y de qué manera llegó a plantear algo tan controversial como que ser lacaniano implicaría ser de izquierda. En ese sentido, ese libro que precede a este, abrió un camino y un rumbo para la política del psicoanálisis y para el psicoanálisis en la política. De ahí que en ambos Alemán enfatice los puntos suspensivos, como algo a continuar…
Ahora, qué decir sobre este nuevo libro que antecede lógicamente al anterior. Propongo considerar el concepto de izquierda lacaniana con el propósito de interesar a los lectores en sus antecedentes, ya que no es posible leer uno sin el otro, de ahí que ambos serán recorridos en esta presentación.
La originalidad de la expresión izquierda lacaniana requiere ser puesta en consideración. Suponemos que no va de suyo que ser de izquierda es ser lacaniano, o ser lacaniano ser de izquierda. De modo que esto es absolutamente controversial. A Jorge Alemán le gusta ser controversial. Por eso ambos títulos, supongo…
Pero por qué izquierda está junto a lacaniana. Primera pregunta que debe responder Jorge Alemán. Solo diré algunas cuestiones que me orientaron respecto a entender esta expresión controversial, que ya levantó alguna polvareda… No puedo abstenerme aquí de marcar esa controversia.
Siempre que de izquierda se trata, hay dos términos recurrentes en cualquier discurso político, ya sea de barricada o filosófico: hegemonía y emancipación. Y esos son los dos términos que se matizan en ambos libros, se discuten y de los que se sacan abundantes conclusiones, recurriendo a referentes como Marx, Hegel, Heidegger, y por supuesto Freud, Lacan, Derrida, Badiou y Laclau. Pero lo interesante es que es desde el psicoanálisis que se los piensa.
Me gustaría partir de una propuesta de Laclau que da inicio a su libro Debates y combates –Por un nuevo horizonte de la política– y que enuncia del siguiente modo: “Hacer la política nuevamente pensable”. De eso se trata Lacan, la política en cuestión…, de repensar nuevamente la política desde los márgenes internos del psicoanálisis. Y eso es para mí lo nuevo de ese pensar. Es justamente con el psicoanálisis, y más específicamente con Lacan, que se intenta repensar la filosofía política actual, nuevamente.
Y he aquí la primera cuestión, la manera en que Jorge Alemán gestó este concepto de izquierda lacaniana, una extraña paradoja de la filosofía política, esta vez de izquierda, que está siendo renovada de la mano de la teoría lacaniana, cuando la procedencia de Lacan no puede decirse que sea justamente la izquierda. Se trata en definitiva de una operatividad del psicoanálisis basada en una  política y una ética a contrapelo de los discursos de la época, que el mismo E. Laclau delimita en la conversación que cierra el libro anterior: “…el psicoanálisis tiene una dimensión ontológica que simplemente modifica toda nuestra confección de la subjetividad”.
Pero la originalidad que introduce Jorge Alemán es algo que Laclau parece saltear, lo real, en base a una definición más acorde con la orientación lacaniana, no basada en la ausencia o falta de significación (significantes vacíos), sino con ese real que introduce la compulsión a la repetición y las formaciones de goce propias de los síntomas que siempre subyacen a la constitución del sujeto.  Y donde la ontología del sujeto es en realidad una preontología en el sentido lacaniano, una ontología agujereada, fallida, establecida contingentemente frente a un real imposible de capturar que no puede nunca ser reabsorbido por la retórica ni por ninguna construcción discursiva, tomando relevancia el par contingencia-imposibilidad, que permite una definición del acontecimiento en términos de “interrupción contingente de lo imposible”, incluso del acontecimiento político, como el resultado del encuentro contingente con la lengua. Un real siempre injusto y que llega “siempre a deshora” (pág. 141). Es así que Alemán propone a la realidad discursiva como una suspensión transitoria de la imposibilidad, primera diferencia entre el acontecimiento político y la política, ubicada del lado de los ideales, de los semblantes, del discurso del amo.
Pero también plantea que ninguna realidad por más consistente y hegemónica que se presente, debe ser considerada como definitiva. Como por ejemplo el capitalismo. Nueva definición del ser de izquierda: “Ser de izquierda implica insistir en el carácter contingente de la realidad histórica del capitalismo”, “no dar por eterno el principio de dominación capitalista”, que aparece como una nueva relación entre la subjetividad y los modos de gozar que problematizan la existencia del sujeto en el mundo. 
Es lo que lo lleva a decir que si la relación sexual es imposible, también la sociedad lo es como tal, ya que no se deja reducir al cúmulo de vínculos sociales que hacen a una comunidad, lugar donde el sujeto debe asumir una insondable decisión donde la estructura juega con la “dislocación” (término que toma de Laclau) que hace que siempre se encuentre abierta una distancia entre lo indecidible y el momento de la decisión. Es poner nuevamente en juego el valor de la decisión, “cuando se toma desde un fondo indecidible y sin garantías”, no amparada en el campo del cálculo utilitario, y que va en contra del cinismo del “todo semblante” de la época, cinismo que destruye y debilita el lazo social, disuelve ese vínculo conduciendo a la expresión de Lacan: “Hay síntoma social donde ya no hay lazo social” (pág. 134), abriendo la puerta al malestar actual en la cultura. Una pregunta acerca del lugar del deseo “cuando la época de la técnica ha apresado toda la trama de objetos en una voluntad de goce”.
En “Presencia de Lacan: Derrida y los espectros de la historia”, J. Alemán introduce el concepto de “artefactualidad”, que ubica un punto de gran debate actual en nuestro país, neologismo que nombra a la estructura mediática como hegemónica, interviniendo en la composición del acontecimiento, estableciendo una “semblantización del mundo” en una estetización cuyas consecuencias estamos viviendo, que lleva a la vacuidad del fingimiento, el simulacro y el mundo de la escena (el “llevar todo a la imagen” de Heidegger).
Recordé una frase de Lacan en el Seminario 7: “Necesidad y razón son armonizadas en el derecho, pero cada uno es librado al capricho del egoísmo de sus necesidades particulares, a la anarquía, al materialismo. Marx aspira a un estado donde la emancipación humana no solo, como él se expresa, se producirá políticamente, sino realmente, y donde el hombre se encontrará, respecto a su propia organización, en una relación no alienada”; agreguemos, habla de una utopía emancipatoria, donde de lo que se trata es de la dominación del sujeto en su propia constitución, estructural, que hace que no pueda darse a sí mismo su propia representación.
Alemán ubica el momento de la hegemonía como una sutura, como una nominación que pertenecería a la lógica del significante. Es decir, en este vacío de significación, irreductible (esos significantes vacíos a los que se refiere Laclau), lo real del goce altera el juego del significante, y en esa línea define al individuo neoliberal (y no usa el término sujeto para ello) como aquel que “por consistente que aparezca en su autismo consumidor, no puede clausurarse sobre sí mismo”, y allí, en ese lugar, es donde la práctica política que incluya al psicoanálisis puede intervenir.
Aquí, en “Soledad: Común”, el primero de los artículos que abre este libro, se plantea aquello que en Para una izquierda lacaniana… es una indicación precisa: “…la miseria no es privación de las necesidades materiales sino estar a solas con el plus de gozar frente al eclipse de lo simbólico” (pág. 24). Y agrega en ese libro: “Estar a solar con las ‘insignias’ que congelan al sujeto en una ideología de goce”. 
Pero volvamos a la pregunta que inició esta presentación:  ¿qué es ser de izquierda? Jorge Alemán nos muestra en este nuevo libro cómo se gesta una idea nueva, idea que lejos de ser acabada y darle un ser al sujeto de izquierda, lo ubica en relación a algo ineludible que tiene que ver con la propia constitución subjetiva, donde se evidencia el agujero ontológico que se reabsorbe en la realidad. En la misma línea, la relación entre fantasma e ideología nos advierte sobre lo que este último término implica como conformación de la realidad del sujeto, donde –paradójicamente– adquiere el valor de un desconocimiento absoluto, un ordenamiento del sujeto en función de los significantes amo (Ideales) y los objetos de la pulsión que ha debido rechazar para adquirir cierta consistencia. Y contra el concepto vulgar que desprecia en cierto modo la ideología, plantea que “la ‘ideología’ retorna en todos, muchas veces incluso a través del uso de fórmulas lacanianas que van dejando como sedimento un tipo de argumentación inspirada en un nuevo estilo de conservadurismo laico, o en un cinismo lúcido, o un relativismo irónico” (pág. 19).
En “Reseñas de enseñanza”, J. Lacan lo dice del siguiente modo: “Al utilitarista habría que señalarle únicamente que el hombre, si es que le importa aún esa marioneta, solo encuentra placer en sus ficciones. […] Pues la ficción parece aclararse debido a que toda filosofía enunciada de hecho sea ubicable como ideología, es decir, correlativa a un privilegio social”. Alemán define a la ideología como “el modo en que el fantasma juega su partida fuera de la experiencia analítica, como cierre del inconsciente desde su interior, o como fantasma sin construcción posible”.
Pero la hipótesis más fuerte a seguir a lo largo de las conversaciones, notas y escritos de ambos libros, en relación a lo que J. Alemán define como izquierda, es lo que enuncia del siguiente modo, y que requiere su demostración: “…tanto la invención freudiana como el desarrollo de la enseñanza de Lacan, se constituyen de entrada como una lectura sinthomática de la izquierda”.
Pero hay algo más: lejos de la pretendida y mal entendida abstinencia del psicoanalista, ubica con claridad el lugar que depara el psicoanálisis a aquel que se orienta por su ética, como una respuesta frente al malestar incurable que anuncia el fin de la utopía. Para J. Alemán, Lacan elaboró la “única teoría materialista sobre el malestar de la civilización propio del siglo xxi”, una “praxis sobre lo real-imposible”, “único inten?to serio de poner a prueba hasta dónde lo simbólico puede y no puede transformar a través de una praxis lo real”.
En Para una izquierda lacaniana…, Jorge Alemán nos habla de un Freud legado por Lacan, de cómo leemos a Freud a través de Lacan. En Lacan, la política en cuestión…, y como en todos sus libros, tenemos a un Lacan legado por Alemán, que lo hace aun más actual para nosotros y para el siglo xxi.

sábado, agosto 14, 2010


Jueves 19 de Agosto, 19hs.
Laboratorio de Ideas
Para construir futuro. Narrativas, inconsciente y política.
Prof. Jorge Alemán, Dra. María Pía López, Dra. Paula Biglieri, Dra. Leonor Arfuch,
Lic. Gloria Perelló, Lic. Clara Schor-Landman

Lugar: Biblioteca Nacional. Sala Cortazar



AUSPICIA

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"Invocando a Sodoma


JUEVES 12 DE AGOSTO DE 2010

“Invocando a Sodoma”

Por Ernesto S. Sinatra *

Respecto de la ley que legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo, más allá –y más acá– de los berrinches ultramontanos de los representantes de la familia tradicional, la Iglesia Católica se ha erigido como la abanderada de la oposición, agitando los estandartes del derecho divino y natural, invocando a Sodoma (sic) y a las huestes del demonio como presunto instigador del acontecimiento. Es oportuno recordar que las iniciativas ciudadanas sólo pasan al campo del derecho cuando el peso de lo social ya las ha transformado en hábito: siempre lo judicial “retrasa” respecto de lo realizado en el campo del lazo asociativo, en lo vivido efectivamente por los ciudadanos. Sólo pudo darse en el Parlamento el debate sobre los derechos de los homosexuales a hacer uso de las instituciones, como cualquier hijo de vecino, porque ya había vecinos que convivían con otros de su mismo sexo.

La Iglesia siempre retrasa, ya que al estar anclada en la tradición debe transmitir el dogma de un modo siempre igual a sí mismo, y eso no es por un capricho, sino por una razón de estructura; no puede modificar así como así sus principios –no ya sólo sus rituales, su liturgia–, por más desactualizados que estuvieren frente al avance de las transformaciones de la subjetividad y del lazo social. Conservar esa lentitud resolutiva es una condición de su durabilidad.

Pero hay más: la trascendencia del corpus cristiano –que logra atravesar generaciones al respetar lo intocable de sus escrituras, tan necesariamente sagradas– ofrece a los individuos (los “fieles”) una sensación de seguridad muy potente; otorga algo así como un calorcito de inmortalidad, una sensación de comunión eterna con el Otro sempiterno, al serles transferido a ellos –mortales al fin– el abrigo de esos dogmas y escrituras, sacramentos y mandamientos. Paso siguiente: creencia asegurada en el ascenso celestial post mortem, si uno cumple con la obediencia al Otro aquí en la Tierra.

Pero, del otro lado del mostrador, menudos problemas terrenales (inmanentes, no trascendentes) deben afrontar hoy las autoridades eclesiásticas. Disimulan, de un modo cómplice e inadmisible, las prácticas pedófilas de (no pocos de) sus representantes. A diferencia de sus colegas protestantes, niegan a los sacerdotes en su conjunto el sacramento del matrimonio (ya no entre homosexuales sino en su versión tradicional, heterosexual). Rechazan el uso de preservativos (incluso en los tiempos del sida, empujando a sus fieles a lo peor) para sostener a ultranza la separación entre procreación y concupiscencia (es decir, el placer en el encuentro sexual): hijos, sí; goce entre los cuerpos, no.

A la luz del peso institucional de la Iglesia y de su influencia en las decisiones de Estado, se hace evidente el peso que conlleva hoy el triunfo de la comunidad gay, con el matrimonio igualitario. Los homosexuales han sido tradicionalmente el adversario decidido de la Iglesia, por poner en evidencia que no existe una relación natural entre los sexos. La homosexualidad ha sido el síntoma instalado en la historia de la humanidad para hacer saber que los nenes no necesariamente son para las nenas.

Las cruzadas para proscribir a los homosexuales (en el mejor de los casos, ya que la pendiente de la segregación supo declinar, de proscribir, en exterminar) se encaminaron siempre a eliminarlos como minoría para que no contaminaran al universal natural. Es que las minorías –cualesquiera fueran– cargan siempre con ese halo: el de descompletar un conjunto cerrado, el universal, cuyo poder hegemónico se vería amenazado por su presencia.

La existencia de los homosexuales demostró desde siempre que la sexualidad natural no existe, que la sexualidad misma ha sido subvertida en la especie humana por la sexuación: neologismo, este último, de Jacques Lacan, para indicar que la elección del sexo está determinada por condiciones precisas de satisfacción infantil, tanto como por identificaciones múltiples –de las que es imposible anticipar su orientación–, y que esto ocurre más allá de la determinación natural orgánica.

Esto va, además, para quienes afirman que no habría que dejar que los homosexuales adopten hijos, ya que saldrían homosexuales. Es una presunción dogmática, al suponer que se podría predecir la orientación de las identificaciones y que, además, se podría saber la orientación del goce de cada sujeto. Es una falacia, ya que no se sabe –ni podrá saberse, por más determinación biológica del niño o de sus padres– la elección sexuada que realizará cada ser hablante.

La ley del matrimonio igualitario se ha colocado en el centro de los debates sociales y políticos y eso incluye a las madres. Valga el caso de una de la especie que, confrontada con la confesión de la homosexualidad de su hijo, había respondido muy compungida, pero trastrocó su sentimiento en alegría desbordante cuando, años después, se legitimó el matrimonio gay. ¿Qué había sucedido? ¿Cuál era la razón de la transmutación subjetiva producida en ella? Muy simple: con la nueva ley, ahora sí su hijo podría casarse... y tener hijos. Como se ve. lo que afectaba a esa madre no era la homosexualidad de su hijo, sino que él no pudiera casarse ni tener hijos. Curiosamente, esta evidencia contrarió muy precisamente la creencia de su hijo, quien se sentía rechazado por ella por su condición gay; permitiéndole –no sin sorpresa– aislar desde el diván analítico un fantasma de exclusión que lo atormentaba desde niño, con el que se sostenía desde la insatisfacción del deseo.

El debate sobre la homosexualidad continúa, más allá y más acá del campo del derecho; la pregunta acerca de la identidad masculina sigue viva.

* Director de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL). El texto es anticipo del libro ¡Por fin HOMBRES al fin! (Grama ediciones).