sábado, junio 02, 2007

Los husos de la subjetividad, de Silvia Szwarc

Comentario de Olga Molina

Los husos de la subjetividad comienza con el juego del equívoco en el término mismo de su inicio, se lo titula husos y es verdaderamente la herramienta que provee el hilo con el que se teje la trama a partir de la cual se creará la tela de un discurso; el del psicoanálisis.
A medida que se avanza en el texto se presenta un tejido construido con los nudos que realiza la palabra en su virtualidad discursiva, escribirse para perderse inmediatamente después en un incesante proceso de búsqueda de un punto de anclaje, encontrar en el discurso de la pura metonimia de la época actual, al sujeto que la anima.
Podrá entonces producirse un encuentro, el de la subjetividad con la trama discursiva que la nombra y organiza en un discurso, el del inconciente. Los husos de la subjetividad son los avatares e infortunios que puede encontrar la construcción moderna del concepto sujeto desde Descartes en adelante, pero aún antes, con el primer nominalista, G de Okham quien lo ubica en su teoría de la suposición o los estoicos quienes construyeron el concepto de representación comprehensiva para la cual necesitaron ubicar un sujeto, taxito, como aún nos lo recuerda la gramática extrayendo del discurso la hipótesis de un sujeto que solo tiene un lugar y un ser de paabra.
El texto de S Szwarc plantea desde el comienzo el problema que enlaza los diferentes capítulos del libro, es la paradoja que se pone en juego cuando se lleva el cartesianismo al extremo que lo conduce J Lacan al introducir otro “Uso”,el de la negación que modifica el cógito por el que Descartes había enunciado su “Pienso luego soy”.
La operación de Lacan consistió en demostrar la condición sujeto que sostenía el cógito, pero al incluir la negación compone la clásica fórmula “Allí donde soy no pienso y allí donde pienso no soy”,con la que introduce dos lugares en los que el ser y el pensar se articulan por la vía del sujeto que se les atribuye.
El psicoanálisis lo sostiene, mientras que la ciencia forcluye al sujeto que la anima.

La ciencia ya había construido su vía de entrada al saber, sosteniéndose de la disyunción entre saber y verdad que había inaugurado el cartesianismo, en el que la verdad era asumida como un bien eterno garantizado por Dios. La ciencia abre entonces su brecha por el camino de lo verdadero, orientando su búsqueda en las razones hipotetico deductivas que le aportan los sistemas lógicos de los que se nutre.
En este punto del trabajo de investigación de Silvia Szwarc comienza el desarrollo de la paradoja que plantea al comienzo, esta vez, valiéndose de la pregunta respecto de la relación entre el individuo y el grupo.
Partiendo de la ausencia en la sociedad moderna de los valores elevados del idealismo, sostenidos en la presencia del amo antiguo, ese Otro de cuya existencia no se dudaba, llega a definir la emergencia de la masa como signo de la caída de esos valores por el progreso de la ciencia y la técnica, con sus consecuencias muy definidas en la política.
La masa deviene síntoma cuando se traga las particularidades que la conforman para erigirse en sujeto de un discurso que la arrastra hacia fines que no siempre le son propios, pero sí son necesarios a su existencia de masa.
La masa puede devenir así sujeto de la emancipación, sosteniendo el deseo del malestar en la cultura.
El fenómeno de la masa como síntoma de la sociedad moderna admite una doble lectura, por un lado empuja sin pensar el discurso de un líder logrando efectos políticos insospechados y por otro se pliega dócilmente a la manipulación mediática que le otorga un imaginario poder..
La conclusión es la emergencia de dos políticas incompatibles en cuanto a la constitución de la subjetividad: La reglamentación por el espectáculo y la reglamentación por el síntoma. La primera se sirve de la masa , la segunda hace del síntoma un lugar posible para el sujeto.
La investigación de S Szwarc continúa poniendo el acento en los semblantes de la época actual, ahora el lugar del sujeto es el de un particular que se ubica como mercancía, ya no importa la cuestión de la existencia, sino la operatividad de un nominalismo a ultranza, al servicio del mercado.
Vemos entonces que el nombre dado a una patología cualquiera es previo al individuo que la padece, es decir, en la sociedad actual, primero está el nombre, luego el sujeto se aliena a él y mas tarde se identifica al “lugar” que la sociedad asigna a ese padecer, con el supuesto beneficio de los instrumentos puestos a su alcance para curarlo, aún sin saber que padece.

Acompañada de I Hacking, S Szwarc hace surgir del texto una afirmación contundente, la sociedad del espectáculo fabrica una patología,”construye gente”,y elabora el sistema por el que se dispone a “curarla”.
Es la época del reino del semblante que viste a las personas con un ropaje pleno de bipolaridad o anorexia, pasando por las crisis de pánico y desembocando en las psicosomáticas.¿Que desea usted, ser bulímico, depresivo o anoréxico. Ya se realizó el mapeo cerebral para localizar su transtorno? .Aquí tiene los últimos modelos, las clínicas que le darán asistencia y los laboratorios que contarán con la medicina apropiada a su transtorno.
Desapareciendo el síntoma de los manuales de las TCC, el sujeto ya no tiene lugar, aplastado bajo el nombre de transtorno ha perdido el lugar taxito que la gramática le acordaba, solo queda que el psicoanálisis persista, resista y lo rescate para hacer de él ese punto de hipótesis que le es propio para tomas su lugar en un discurso.
Casi se ha perdido lo personal del síntoma, lo singular que es lo propio del sujeto, su modo de goce, perdido entre las ofertas del mercado y los objetos ofrecidos como un plus de satisfacción que exceden en mucho al que el sujeto podría optar por propia elección.
Las neurociencia no cesan en su búsqueda de confirmaciones anatómicas, convencidos de encontrar a las células responsables de las emociones y los cambios físico-químicos que en la evolución se convierten en sensaciones corporales..Damasio llega a una conclusión, el pensamiento es el resultado de una creciente complejidad de los circuitos neuronales, ubicando de este modo lo que manifiesta como un error de Descartes, primero ubica el ser y su complejidad evolutiva, es decir propone invertir el cógito para situar allí un nuevo cógito.”Soy el resultado de la complejidad evolutiva, luego y por eso, puedo pensar”
S Szwarc, aclara, que la concepción de Damasio es la de un organismo solitario, autista, producto de la evolución, genéticamente predispuesto a los transtornos que dependen de la bioquímica cerebral, un organismo del que el psiquismo ha desaparecido y el sujeto también.
Depende entonces para su normativización de la `presencia del fármaco, los medios de divulgación masiva proveen la información necesaria.
Se conforma así una nueva masa producto de una época que ofrece los semblantes en los que los síntomas se alojan en verdaderos “nichos”, en el decir de Hacking, proveedores de algún sentido al malestar en la cultura, aún cuando ese sentido sea el producto de la identificación a un transtorno cualquiera, porque la mira está enfocada en que para “eso” ya ha sido pensada la solución por la ciencia.
La interrogación de S Szwarc se orienta al carácter epidémico de las clasificaciones del enfermar que la sociedad del espectáculo ofrece, los modos sintomáticos y el carácter contingente de lo construido como modelo del enfermar.
Un nuevo modelo ignora que es el modelo del fracaso del que lo precedió y es igualmente eficaz para construir un nuevo paradigma sintomático que desaparecerá tras uno nuevo por el que la ciencia creerá alcanzar un real que se le desliza entre las leyes que sostienen su teorías.
La expectativa de las neurociencias es verificar lo real, encorsetándolo en una ley que sostenga su demostración. Es la base generatriz de la epidemia, porque lo real, Lacan lo enuncia así, es sin ley.
Finalmente llegamos a considerar la alianza entre el psicoanálisis cognitivista y las neurociencias a fin de crear lo que llaman “Nuevos modelos integradores”,sustituyendo al inconciente a una teoría del afecto, resumen y deformación de lo trabajado por Freud, con la consecuente desaparición del psicoanálisis.
A través de los diferentes enfoques que nos presenta el texto se va tejiendo la trama que responde a la pregunta que se plantea al inicio, es por la presencia del sujeto en el psicoanálisis y en la ciencia, partiendo de la relación que se plantea entre la operación cartesiana y el campo abierto por Freud.
El psicoanálisis lacaniano ha rescatado al sujeto y lo ha rebautizado “parletre”, para hacer notar que nombrándolo de ese modo se rescata su ser de palabra y lo sensible, el cuerpo.
Quizás el parletre pueda resistir el embate de tanta oferta del enfermar, de tanta referencia a las localizaciones cerebrales en las que se intenta hacerlo habitar.
Pero si no es una sustancia!,como piensan posible ubicarlo en un locus cerebral cualquiera.
El recorrido teórico del libro de S Szwarc es amplio y encuentra diferentes interlocutores en Platón, Hegel, Descartes y Spinoza entre los clásicos y Sloterdijk, Canettit, Damasio, Kandel entre las referencias actuales.
Pero la interlocución central es con el psicoanálisis mismo, enhebrando
Los conceptos centrales que lo sostienen a lo largo de la trama con la que S Szwarc escribe y convoca con su escritura a pensar que el “fin de un análisis no es la identificación al síntoma”,porque tratar de eliminar el síntoma, es también eliminar al parletre, se trata entonces de otro “uso” del síntoma,”un saber hacer” que es algo más que una formulación lacaniana, es un arte del que el deseo del analista es la brújula orientadora.


Comentario de Ernesto Sinatra

Este libro responde, exactamente, a los problemas de la subjetividad contemporánea que se desprenden del ciclo actual de nuestra civilización. El mismo se inscribe con pertinencia en el programa de investigación para la orientación lacaniana, siguiendo con precisión las consecuencias de la expropiación de la experiencia por sus diversos agentes.
El hilo conductor del recorrido que nos propone Silvia Swarc nos confronta con verdaderas preguntas que exigen perentorias respuestas. Por ello, este libro puede incomodar a un lector desprevenido, sacarlo del confort de su sillón, hasta inquietarlo seriamente…Algunas de esas preguntas están dirigidas al ciudadano, otras a los científicos, pero todas –y cada una de ellas– tienen por destinatarios a los psicoanalistas (incluso cognitivistas). Intentaré encarnar algunas de ellas:
¿Cuál es el esfuerzo que deberá realizar hoy un ciudadano para salir del estado de masa y acceder a la subjetividad? ¿Cómo recuperará el lugar de sujeto frente al empuje de los medios masivos de comunicación social que conducen a transformar al individuo en un objeto de consumo entre otros?
¿Existiría algún otro uso posible que –lo que llamaría– el rebote del ‘efecto de bucle’ al que Ian Hacking hace referencia para designar a aquellas personas afectadas por las clasificaciones que se apropian de ellas para luego modificarlas, pero que en ese mismo movimiento terminan siendo refuerzos mediáticos de la alienación?
O con las precisas palabras de la autora: ¿Qué viene a cohesionar a los extraviados sin orientación ni lazo afectivo? ¿Qué identificaciones funcionan cuando ya no hay a qué identificarse?
¿Cómo dejar de gozar de los objetos que planetarizan el mundo –aquellos con los que cada individuo eligió, en su forma de vida, obturar la hiancia sexual, cuando el precio que paga por ello no es reconocido en los síntomas que padece: estrés, depresión, ataques de pánico, bulimia, anorexia…?
¿Cómo responsabilizarse de esos síntomas cuando la respuesta de la bio-medicalización está cada vez más a mano?
¿Cómo puede –y debe– responder el psicoanalista frente al avance del imperio y sus restos?
¿Qué tratamiento dar a la desaparición del sujeto promovida por el bulismo del mercado?
¿Cómo responder a la desaparición del psiquismo promovido por la bio-medicalización que reduce el sujeto al organismo y a sus circuitos neuronales?
¿Qué debemos hacer frente a la banalización de la clínica que es efecto de la pérdida de lo real que caracteriza a la civilización actual y que ha sido instrumentada por el nominalismo clasificatorio de los DSM ?
¿Cómo incidir en las políticas de salud mental para evitar que sus agentes sigan promoviendo trastornos, enfermedades y epidemias reglamentados por el espectáculo?

Los husos de la subjetividad, el título que ha elegido Silvia, creo que conlleva un secreto en su escritura. Seguramente, también hubiera podido titularse: Los usos de la subjetividad (así, usos sin la hache), ya que sus capítulos recorren los diversos tratamientos que la época promueve de la subjetividad y –siguiendo a Eric Laurent-- confronta a los analistas con una elección decisiva: o la reglamentación por el espectáculo o la reglamentación por el síntoma.
Al apostar por la singularidad del síntoma analítico, Silvia adopta una posición que ofrece una salida al impasse actual de la civilización, es por ello que los usos actuales de la clínica es la clave que atraviesa los husos de este libro.
Es en esta orientación que el texto responde a los interrogantes que plantea, ya que ofrece revisar los lugares donde se teja la trama de la subjetividad de la época, como asimismo sus mecanismos de producción y el uso que de ellos se hace.
Los interlocutores con los que cuenta la autora son destacados pensadores. De la mano de Peter Sloterdijk, Silvia nos muestra la sociedad del espectáculo –la que ocupa un lugar destacado en estas páginas- a partir de una precisa definición: trivialidad más efectos especiales.
Siguiendo a Ian Hacking, Szwarc presenta los modos de fabricar gente, ella describe para nosotros algunos mecanismos de transformación de los individuos en materia prima de experimentos del mercado.
Por ello el cuerpo ocupa un lugar central en sus desarrollos, demostrando el modo por el cuál el nominalismo clasificatorio de nuestra civilización se articula con el realismo banal de la psiquiatría biológica que pretende reducir la subjetividad a trazos de neuro-transmisores; o con la pretensión de la cirugía cosmética de borrar las huellas de la castración…es decir, del paso del tiempo; o con la sorpresa que ha deparado el genoma humano a los genetistas al hacer saber que no existen diferencias significativas en el número de genes entre el hombre, la rata y la mosca.
En tanto el cuerpo ha tomado su dignidad en el psicoanálisis por intermedio de la histeria, Silvia avanza la hipótesis que la histeria expulsada del DSM ha retornado como epidemia; la expropiación del cuerpo, lo ha transformado en una mercancía en un mercado creado por el desarrollo de las nuevas tecnologías.

Una evocación: Mientras leía esas páginas recordé algo que me pareció oportuno traer para ustedes por su consonancia con lo desarrollado por nuestra querida autora, y quisiera ofrecérselos para terminar.
Hace ya algunos años, un interesante debate acerca del “avance” de la psiquiatría-farmacológica se ha desarrollado en torno de los casos de síndrome de fatiga crónica. Este “primo hermano” de la depresión se ha presentado en la máquina de gozar más popular promoviendo feroces enfrentamientos: En Washington, mientras transcurría casi rutinariamente un programa de entrevistas televisivas en el cual un médico defendía las causas biológicas de tal síndrome (que al parecer él mismo padecía), encontró en Elaine Showalter –activa feminista y profesora de literatura inglesa y estadounidense– una decidida oposición argumentativa.
La paradoja química fue que el susodicho afectado de fatiga crónica, demostró frente al verdugo-TV una suerte de “curación espontánea”, pues se vio de tal manera acelerado su ritmo sanguíneo, que a la salida del programa alcanzó a su opositora y le dijo que esperaba que su vida se arruinara y añadió: la vamos a despedazar.
El problema comenzó para Showalter desde la presentación de su libro Hystories: epidemia histérica y medios modernos , cuya tesis principal es que “el tipo de epidemia histérica de la que la gente hablaba en los siglos XVIII y XIX existe hoy” . Por ello afirma que tanto la fatiga crónica como otras epidemias (memoria recuperada, personalidad múltiple, síndrome de la guerra del Golfo, gentes raptadas por alienígenas o que dicen requerir rituales satánicos) constituyen formas actuales de la histeria .
El medio académico de Washington se ha visto desbordado no por la especificidad teórico-científico del debate, sino por la violencia del enfrentamiento: la llaman nazi, le enviaron mensajes obscenos; hasta la amenazaron de muerte (!!!).
Lo curioso del caso es que –tal como lo comenta el cronista– el cuestionamiento del origen biológico del síndrome no indica que Showalter no lo tomara en serio. Más bien, parecería todo lo contrario. Entonces, –me preguntaba– ¿se tratará de intereses profesionales articulados con económicos o (¿y?) tal vez al poner en duda la existencia misma del síndrome biológico la seguridad ontológica de ser “enfermo de eso” trastabilla y entonces la pastilla redentora podría no curar más? ¿Y los laboratorios, entonces?
Pero lo más interesante para nosotros es que un siglo después de haber fracasado la introducción por parte de Freud de la “peste” psicoanalítica en los EEUU, una mujer, anglófila y feminista, y que –además– no se dedica al psicoanálisis, devuelve finalmente sus blasones a la histeria. Histeria que llevó a Freud al psicoanálisis y que –tal como nos lo recuerda Silvia Swarc– el DSM IV condena hoy a la forclusión a partir de su nueva hoguera cientificista.
Algo más: en su libro está ya la impronta lacaniana: las hystories –condensación de Jacques Lacan entre historia e histeria– transmite, aunque de un modo colateral, la peste que –finalmente– comienza a afectar el modo de gozar estadounidense.
Incluiré como comentario a lo dicho las palabras de la autora que parecen responder con exactitud:
¿Qué ha ocurrido en el gusto de la época para que el juramento hipocrático se encuentre travestido a demanda del mercado y convertido en su instrumento?

Estas páginas recorren los destinos actuales de la subjetividad a partir de la enseñanza de Jacques Lacan; su trama realiza en acto una afirmación de Jacques-Alain Miller respecto a la existencia de dos tipos de enunciación: una que refuerza la alienación del individuo en el discurso homogeneizante… y por otra, una enunciación que desagrega, convoca al sujeto.
En este sentido podemos decir que “Los husos de la subjetividad” convoca al sujeto a que ocupe su lugar en la civilización actual, más allá del empuje a la homogeneización de la norma que ofrece mercado. Por ello, para finalizar, podría decir que este libro es performativo, es decir que hace lo que dice, inscribe su trazo como experiencia en nuestro programa de investigación: su lectura, repetida –por un lector, y un lector, y un lector…– habrá permitido dar un paso más en hacer consistir el síntoma para hacer existir a su partenaire –el sujeto de nuestra civilización– para contrariar al individuo bulímico fabricado en el laboratorio del mercado de consumo de los medios masivos de comunicación.
Entonces, diremos en consonancia con la arenga sadiana:
“Ciudadanos, un paso más si queréis ser ilustrados y –en consonancia con la bulimia del negocio editorial– comprad este libro antes de que se agote”

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