DOMINGO 28 de Enero de 2007 - LA NACION CULTURA
EL ABANDONO DEL MUNDO
Por Samuel Cabanchik (Grama ediciones), 182 páginas
Dios, Hombre y Mundo han sido tres cimientos sobre los cuales Occidente supo construir la experiencia política, económica, estética, moral. La "muerte de Dios" (entendida como la pérdida del lugar de fundamento que ocupó en el mundo premoderno) dio paso al imperio del Hombre. Sin embargo, su reinado resultó mucho más breve que el de Dios: hace unas décadas fue proclamada la "muerte del Hombre" como sujeto transparente y racional, capaz de controlar y dominar tanto su vida individual como el despliegue de la historia. Muertos el Hombre y Dios, quizá cabría esperar que el lugar de fundamento de la experiencia fuera ocupado por el Mundo. Y esto es, efectivamente, lo que ha sucedido, sólo que de un modo paradójico,
ya que la instauración del mandato del Mundo ha ocasionado al mismo
tiempo su pérdida. Este es el planteo central del filósofo
argentino Samuel Cabanchik en El abandono del mundo .
Para analizar esta situación, Cabanchik propone distinguir "mundo" (con minúsculas), de "Mundo". El primer concepto alude a un plano individual, en el que transcurre la vida humana, mientras que el segundo se sitúa en un nivel "general o incluso trascendental, desde el cual se instituye un discurso que determina el sentido y valor de lo que existe". "Mundo" es el "plexo de sentido que ordena una situación a propósito de una acción y un proyecto determinados". Es ese Mundo, con mayúsculas, el que habiéndose autopostulado para obrar de fundamento de la experiencia humana, termina tornándola imposible.
En realidad, sostiene Cabanchik, el desplazamiento del Hombre y el del Mundo son dos aspectos de un mismo proceso, que reduce al Hombre al lugar de consumidor y al Mundo, al de "Máquina de experiencias". Actualmente, "ser-en-el mundo es existir como mercancía dentro del código de intercambio [...] es entrar como mensaje en el mercado de valores que regulan los medios masivos de comunicación". Nuestra vida es semejante a la de quien, estando conectado a una poderosa máquina (la película Matrix brindaría una buena ilustración), entrega su cuerpo a experiencias ilusorias que prometen, al mismo tiempo que bloquean, el alcance de ideales como la libertad, la felicidad, la realización individual y social: "El mundo mismo -sostiene el autor- es transformado por La Máquina de Experiencias en un objeto fetiche lleno de pequeños fetiches que capturan toda la economía libidinal y política de los existentes, condenándolos perpetuamente a permanecer en una situación alienada, astutamente enmascarada por un falso pero eficaz sucedáneo de satisfacción, precisamente la propia del fetichismo".
¿Hay alguna posibilidad de revertir esta situación? Para el
autor no sólo se trata de algo posible, sino de algo urgentemente
necesario. La salida que propone es un retorno del Hombre, con mayúsculas,
capaz de sostener ideales políticos (aunque no "políticas ideales"),
de recuperar su lugar de sujeto de la historia, al mismo tiempo que de asumir
la necesidad de no recaer en posiciones esencialistas. Ese Hombre es caracterizado
como un "existente" que al sentido único impuesto por la Máquina
de Experiencias le opone la capacidad de construcción de sentidos
abiertos, plurales y múltiples. Se trata, en definitiva, de propiciar
"un nuevo horizonte de realización para el valor. Este horizonte tomaría la forma de una nueva comunidad humana, una oportunidad para el retorno del mundo después del abandono del Mundo".
En un pasaje del libro, Cabanchik distingue dos perspectivas interpretativas, una longitudinal y otra transversal. Aplicándolas a la lectura de su propio texto podríamos decir que hasta aquí hemos presentado -de un modo inevitablemente incompleto- la perspectiva longitudinal, desde la que el autor realiza una lúcida caracterización de nuestro presente y plantea una apuesta por el futuro. Pero no menos interesante resulta realizar una lectura transversal. En efecto, al avanzar en su hipótesis de trabajo el autor dialoga, entre otros, con textos de Sartre, Heidegger, Wittgenstein, Kant, Murena, Rorty, Lacan, Rancière a propósito del lenguaje, la política, la comunidad. Cada una de esas páginas invita a detenerse en los problemas que allí se plantean y a discutir las posiciones que se adoptan.
El texto se completa con un diálogo "sobre la filosofía por venir" entre Roberto Esposito y Jean-Luc Nancy, traducido por Edgardo Castro, quien es, además, el autor del prólogo.
Gustavo Santiago
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