lunes, julio 21, 2008

Encrucijada de discursos


Extractado de LA BRÚJULA, Semanario  de la Comunidad Madrileña de la ELP Nº 124      En Madrid, a  30 de Junio de 2008
 

El Miércoles 25 de junio de 2008 la Biblioteca del Campo Freudiano de Madrid  invitó a la presentación del último libro de Ana Ruth Najles que lleva por título: “Problemas de aprendizaje y psicoanálisis”  Junto a la autora intervinieron Carmen Cuñat y Gustavo Dessal, coordinando la mesa Elena Catania. En la proxima Brújula aparecerá una amplia reseña del acto, a raíz del cual se produjo un interesante debate. A continuación,  la intervención  realizada por Carmen Cuñat
Tenemos que agradecer a Ana Ruth Najles la publicación de este libro pues aunque esa no haya sido su pretensión, se presenta como un verdadero manual para abordar el psicoanálisis con niños. Los que nos dedicamos a esta práctica estamos verdaderamente necesitados de libros en lengua castellana de esta envergadura.
Es un libro repleto de indicaciones precisas, con sus respectivas referencias bibliográficas, bien fechadas, de Freud, Lacan,  de J.-A. Miller y otros. Son indicaciones cuya solvencia se demuestra en una elaboración sostenida que hace suponer muchos años de estudio y muchos años de análisis personal también.
Sin duda, es esto último lo que ha hecho posible que la autora pueda abordar, ayudándose de buenas preguntas y de respuestas sopesadas, la práctica con niños de una manera estructurada.
El  psicoanálisis lacaniano no debe o no debería plantearse la clínica por un lado y la teoría por otro, nos recuerda J.- A. Miller en su curso sobre el Seminario de Lacan “De un Otro al otro”. Se trata para el psicoanálisis de “una teoría de la práctica” o de una  práctica estructurada  por la teoría.
Esto se hace imprescindible para abordar la clínica con niños, que corre el riesgo siempre de extraviarse, como señala la autora, de derivar en otra cosa que nada tiene que ver con el psicoanálisis. Y ello, quizás, por tener que lidiar diariamente con otros discursos. Es sobre este capítulo sobre el que querría centrar mi intervención, capítulo que no se reduce a uno en el libro pero que lo atraviesa por entero. Este libro nos es en verdad muy útil para abordar esta cuestión, ya que A. R. Najles nos recuerda ampliamente la diferenciación que hace Lacan de los cuatro discursos en el Seminario XVII para, al mismo tiempo, poder dar todo su lugar al discurso analítico propiamente dicho.
Pero este libro esta dedicado particularmente a un tema: “Los problemas de aprendizaje”. Para abordar esta cuestión, la autora no acude por supuesto a un decálogo de disfuncionamientos técnicos ni tampoco a una declinación de interpretaciones sobre casos concretos. Se hace mención de 4 casos en todo el libro, los suficientes para dar cuenta de lo que está en cuestión.
En lo que sí incide la autora es en abordar esos problemas a la luz de un análisis exhaustivo de la civilización actual: “No hay clínica del sujeto sin clínica de la civilización”. Este axioma de J.-A. Miller que secunda al “no hay clínica sin ética” preside, a mi parecer toda la digresión. En efecto, la clínica de la civilización no es ajena ni a Freud ni a Lacan, pero J.-A. Miller se vio obligado, a partir de un cierto momento, a poner el acento en ella, en su curso de Orientación lacaniana y sobre todo a partir de 1997 en su curso sobre “El Otro que no existe y sus comités de ética”.
“Si el Otro no existe, si el Otro como garante de una verdad universal no existe, entonces lo que ocupa su lugar, como lo dijo  Lacan, es el discurso como principio del lazo social” A partir de esta tesis del curso citado, la autora nos recuerda cómo Lacan sustenta en el discurso como lazo social, la creación de esas formaciones humanas que son las instituciones y que tienen por esencia refrenar el goce y el significante amo, como agente de ese discurso, es el referente mayor.
El significante amo es aquel que promueve tanto la identificación como la diferencia, es aquel que funda los grupos, es aquel que fraterniza, que homogeniza y que  segrega al goce. El S1 se presenta como Ideal, como norma, como regla o principio de ley. “Cuando un ser hablante no esta tomado en el S1 enloquece”, nos señala la autora.
“El psicoanálisis nació cuando los significantes amos eran sólidos”, nació también para acordar el deseo y la ley, para aligerar el peso mortificante del ideal. El trastorno de aprendizaje en un niño puede muy bien estar sostenido en el conflicto que le supone al sujeto enfrentarse con un ideal paterno que sostiene a su vez el ideal del yo,  no acorde con el ideal educativo. Así, ese niño que padece dificultades ortográficas pero que no sufre por ello y cuyo padre plantea que “la ortografía es la ciencia de los asnos”.
Pero la civilización actual presidida por el Otro que no existe ha terminado por poner en cuestión los significantes amos clásicos o en cualquier caso, los ha hecho proliferar para relativizarlos, de tal manera que el ser hablante se encuentra con graves dificultades para orientarse.
Lo que la autora señala también muy bien es cómo a los  cuatro discursos clásicos que venían a suplir al Otro que no existe se ha venido a añadir ese “falso discurso”, como lo llamaba Lacan,  que es el discurso capitalista, cuyo agente es ese sujeto desorientado.  Este sujeto desorientado, sin embargo, “pasa” de los significantes amos, podríamos decir y  le pide a la ciencia que le procure objetos de goce, que le permitirían  la integración directa y total del goce. El capítulo titulado “Todos consumidores” transmite muy bien la idea de que ese sujeto no sólo  consume objetos sino que a la vez es consumido por esos objetos, de ahí también el desasosiego y la desorientación.
Y bien, a mi parecer, es este sujeto el que  se presenta en estos momentos en la consulta del psicoanalista  bajo el significante niño y también, en muchos casos, bajo los significantes padre o madre. Por otro lado, ese significante niño, en la mayoría de los casos, no viene solo, sino que viene pegado a otro significante, a modo de holofrase: el niño viene como “niño hiperactivo”. En efecto, si hay que buscar significantes amos en los que actualmente se toma al sujeto niño es la hiperactividad la que se lleva la palma. Un  significante amo por excelencia, verdadero fruto de la alianza entre del discurso capitalista y el discurso educativo.
Quisiera aprovechar la presentación de este libro y la presencia de la autora para abordar  esta cuestión que es a mi parecer la dificultad mayor que encontramos actualmente a la hora de dirigir la cura de un niño hacia el discurso analítico.
Tomemos por ejemplo el caso de un niño de 4 años que a las pocas semanas de asistir al colegio se manifiesta con una agresividad hacia los compañeros y hacia los profesores digna del héroe más imponente de la televisión, que no tiene ningún interés en aprender y  frente al cual los profesores se apremian a diagnosticar una hiperactividad así como de recomendar a los padres la visita urgente al neurólogo para hacerle tomar lo antes posible la correspondiente dosis de Ritalina.
Este mismo niño cae en la consulta de un psicoanalista poco tiempo después.  En la mayoría de los casos, este niño puede caer en la consulta de un psicoanalista por pura contingencia pero en este caso alguna “persona mayor”, que las hay, recomendó a unos padres muy jóvenes   esta otra  posibilidad de acudir a un lugar donde quizás su responsabilidad como padres de ese niño pudiera ser  tomada un poco mas seriamente.
El psicoanalista entonces se encuentra frente a un niño agresivo, subsumido en un ideal de violencia, muy poco angustiado, más bien caprichoso, que pide galletas nada más entrar en la consulta, galletas que no puede comerse porque no le quedan manos, ya que con las dos sujeta una bolsa llena de juguetes, de colecciones de juguetes más bien, que le sirven sobre todo para despreciar y dar patadas a cualquier otro objeto que el analista le presenta.
Cuando por fin el analista consigue que el niño deje de dar patadas y se interese, por ejemplo, por colorear un dibujo, haciendo un buen ejercicio de someterse a los limites (del dibujo), el niño sale corriendo del despacho del analista para mostrarle el dibujo al padre. El padre, entonces, exhibirá sus mejores dotes de padre comprometido, según los libros de autoayuda,  reforzándo la autoestima del niño, diciéndole: “¡Qué bonito!, ¿lo has hecho tu solo? “,  sin darse cuenta que está mirando la hoja que le presenta el niño por la parte de atrás y que, por lo tanto, sólo esta admirando los restos que ha dejado la tinta del rotulador en el papel.
El resultado es que  el niño enloquece de nuevo. Exasperado vuelve a pedir galletas, arrampla con la bolsa de juguetes y se precipita a la puerta del ascensor sin esperar a que alguien le muestre la salida.
Este mismo niño se presentará en la siguiente sesión con un único juguete, una pistola con sus correspondientes proyectiles, “de juguete por supuesto” como  señala rápidamente el padre al analista para tranquilizarle.
Es este niño, a mi parecer, el que nos hace reflexionar. Es aquel también al que creo que se refiere Gustavo Dessal en su excelente Prólogo pues ya otras veces se ha referido a él  y, como se decía antiguamente, sin demasiadas contemplaciones. Este niño en torno al cual todo parece girar pero que, como bien dice Gustavo, más que un falo soberano, His majesty the baby, se presenta como algo extraño e insoportable.
Y bien, irremediablemente, la primera reacción del analista, por muy advertido que esté de sus prejuicios, de sus resistencias y de sus nostalgias, es preguntarse dónde esta la educación de este niño, aquella que habría que aligerar del peso mortificante de los ideales. Y además,  ¿por dónde habría que empezar?
Por decirle al niño lo que se puede hacer y lo que no en la consulta, cosa que a mi parecer tiene siempre buenos resultados.
Por decirle al padre que al menos intente mirar la hoja en el buen sentido si quiere saber lo que ha aprendido el niño en un escaso cuarto de hora o, yendo un poco más allá, plantearle directamente en la sala de espera delante del niño y de otros, sin esperar más, que la consulta no es el lugar más apropiado para enseñar al niño a disparar proyectiles.
O empezar por decir a los profesores que reclaman inmediatamente el informe correspondiente, que quizás este niño como tantos otros acaba de tener una hermanita, que ha sido destronado en efecto (argumento clásico pero que sorprendentemente tiene efectos de división aunque sólo sea por su carácter extemporáneo) y que quizás hay que darle un poquito de tiempo para que vuelva a su sitio antes de querer sentarle en la silla con los remedios rotundos de la Ritalina.
O todo a la vez.
En efecto, “el psicoanálisis con niños pone a prueba la relación que cada practicante tiene con el discurso analítico”, como bien dice la autora en la página 49 pero es,  a mi parecer,  no siempre a causa de una “confusión discursiva” sino a causa de esta posición difícil  del psicoanalista de niños de tener que  estar irremediablemente en una encrucijada de varios discursos que, a su vez,  se destituyen unos a otros.
Creo que A. R. Najles estará de acuerdo conmigo en decir que para el trabajo con niños  es necesario plantearse también algunas cuestiones preliminares y creo que su libro nos orienta en este sentido.
La civilización actual promueve, en efecto, esta figura del “niño generalizado”, un sujeto que no se hace responsable de su goce, y eso va para los padres también, un sujeto niño como bien dice la autora, no tanto objeto del fantasma de la madre sino “sujeto identificado con el objeto de su propio fantasma”.
También, unos padres que se convierten en niños y que, a su vez, abandonan el niño a su suerte o que lo ponen en manos de  la violencia del grupo, como bien señala H. Arendt.
Por otro lado, la educación, hasta ahora representante mayor del discurso del amo, se ve asediada cada vez más, en efecto, por el discurso universitario, ya que el educador también pone al saber en el lugar del agente, ese saber que “se especifica por ser, no saber todo, sino todo saber”
Respecto a esto último, cabe preguntarse en qué discurso colocar la figura del psicopedagogo, el evaluador por excelencia del niño, del educador, de los padres y de todo aquel que pretenda manejarse con un saber atravesado por la incompletud, que necesita del amor para saberse y que remite en última instancia, como lo propone el discurso analítico, a un agujero fundamental.
Pero el discurso universitario se ve asediado, a su vez, por el discurso capitalista. Esto es lo que plantea la autora en la página 65: “Puede afirmarse  que a la era del proletariado le ha sucedido  la del estudiante ya que el mundo del mercado exige cada vez mayor competencia. Así, cada vez más se pide un nivel mayor de estudio para los niños, queriendo demostrar que los que son dejados de lado por el saber se transforman en desechos de la sociedad: si no hay diplomas, no hay trabajo, no hay dinero, de tal manera que el fracaso escolar se convierte en un fracaso vital”. Afortunadamente, podemos decir que hay muchos jóvenes que con sus inventos se oponen a este destino funesto. En cualquier caso, esto último es lo que persigue el psicoanálisis aplicado a la terapéutica con niños y jóvenes.
No quisiera terminar sin señalar el trabajo de enseñanza que hace A. R. Najles a la hora de plantearnos lo que está verdaderamente en juego en el fracaso escolar a la luz del psicoanálisis y los instrumentos que nos ofrece para abordarlo. Estos no son otros que la triada Inhibición, Síntoma y Angustia, cuya articulación la autora explica muy claramente, de la misma manera que despliega para darle toda su utilidad, el algoritmo de la transferencia, así como la cuestión de la elección y de la decisión (Cap.5)
El fracaso escolar, los problemas de aprendizaje, si los queremos abordar como síntoma, tanto de la civilización como del niño, hay que darles necesariamente el lugar  que les corresponde, como una respuesta de lo real frente al intento de dominio de esta civilización del goce por un saber regido por “el hiperparadigma de las equivalencias” - como diría  J. C. Milner en su Política de las Cosas, otra referencia mayor en este libro -paradigma a partir del cual todo vale, hasta la estupidez,  si es susceptible de  ser evaluado, de ser comparado, de ser comercializado.

domingo, julio 20, 2008

Comentario Del Blog de la ELP


¿A quién mata el asesino?*
Nora Sigal de Eliscovich (Buenos Aires)


* [Psicoanálisis y criminología] ¿A quién mata el asesino? Por Silvia Elena Tendlarz y Carlos Dante García. 1ª edición.- Buenos Aires: Grama Ediciones, 2008.

Los autores demuestran en este exhaustivo texto que es posible la articulación del psicoanálisis con la criminología, que la pregunta por quién mata el asesino es propia de este encuentro de los discursos, donde distinguirán tres elementos unidos entre sí: crimen, asesino y víctima. Encuentro que no será ni fácil ni armónico, sino del orden de lo posible.

Partiendo de la interrogación del sentido común hasta la del psicoanálisis pasando por el derecho y el discurso psiquiátrico, el texto aborda tanto casos clínicos, como historias literarias, historiales psiquiátricos, películas o crímenes de distintas épocas. La relación del sujeto criminal con su acto será el eje conductor que permitirá un acercamiento a la estructura particular de los criminales psicóticos. Acto criminal y estructura serán abordados a partir de su interrelación, sus motivaciones, bordes, acercamientos y diferencias. Aclaran los autores que su interés es “desarrollar la posición del sujeto manifestada en el acto criminal, junto a la lógica del pasaje al acto, sin desentendernos por ello de la existencia real de la víctima”. ¿O acaso es posible la lectura de tantas atrocidades sin conmover al lector, o al estudioso del tema?

La violencia como fenómeno en su manifestación contemporánea es abordada principalmente a partir de la pregunta por quién es un criminal hoy, si es correlativo a una especificidad de la época o a una estructura que se manifiesta en forma diferente de acuerdo a los distintos períodos de la historia. Los monstruos, los anormales, tienen su forma privilegiada según el momento histórico que se plantee para su estudio.

Especial atención merece a lo largo del texto el tratamiento del pasaje al acto y su relación con las distintas estructuras, así como su entramada relación con el acto. Acto homicida, acto criminal, suicidio, delito contra las personas, asesinato, distintos términos y sus eruditas explicaciones se ligan con el concepto de culpa tanto en su fenomenología como en su estructura; aclarando que la responsabilidad es la respuesta del sujeto ante la culpa estructural. Para llegar a esta conclusión deberán abordar el concepto de responsabilidad en psicoanálisis, otra vez distinguiéndolo de otros discursos.

En el análisis de los distintos orígenes del crimen, destacamos la importancia otorgada a ese objeto éxtimo, al kakon, del cual, “el ser que golpea en el exterior es el que constituye su ser más íntimo”. Para ejemplificar esta noción, así como tantas otras, abarcarán desde casos célebres de la psiquiatría (el pastor Ernest Wagner, el caso Aimée, las hermanas Papin, Pierre Rivière, el cabo Lortie en Canadá) hasta ejemplos de la actualidad (Althusser, Hortensia, el caso Barreda, el alumno de Carmen de Patagones, los asesinos de Columbine High School), no sin dedicarse a los serial killers (Jack el destripador, Gilles de Rais llamado Barba azul, Báthory), así como los asesinos en masa o spree killers, capaces de matar súbitamente a muchas personas en períodos muy cortos de tiempo.

Siguiendo en la línea rigurosa de trabajo, los manuales diagnósticos de la psiquiatría son abordados desde la falencia que supone el diagnóstico diluyente de la singularidad, “apelando a universales clasificatorios que se desentienden del caso por caso”.

Retoman con precisión los autores la construcción del concepto de perversión como estructura clínica destacando la constancia de goce como respuesta así como, entre otras, la frase de J.-A. Miller: “En la época victoriana de Freud, la neurosis obsesiva era el ideal de la sociedad; en la nuestra, el perverso está cada vez más presente, como norma social”.

Es absolutamente pertinente la distinción diagnóstica que hace a cada criminal, a cada sujeto un caso particular. Ejemplares son los casos como el de John Wayne Gacy, el asesino payaso, al cual se le adjudican gran cantidad y variedad de diagnósticos, no siempre compatibles, o el de Albert DeSalvo, el estrangulador de Boston, o el de Jeffrey Dahmer, el caníbal.

Finalmente, concluyen los autores, “la pregunta que guía el texto, coincidente con su título: ¿A quién mata el asesino?, lleva implícita la pregunta de a quién se dirige, a qué Otro se dirige con su acción –que en este caso es la de hacer existir a La mujer”. Pregunta abarcada con erudición y detalle de inicio a fin. Así como la interrogación tan pertinente al analista sobre los términos “responsabilidad”, “sujeto de derecho” y “sujeto de goce”. Analista que, al decir de Tendlarz y García, no se escapa frente a la muerte y al dolor de existir.